Comentario
CAPÍTULO XXXI
Del número de los indios que en la batalla de Mauvila murieron
El número de los indios que en este rompimiento perecieron a hierro y a fuego se entendió que pasó de once mil personas, porque alderredor del pueblo quedaron tendidos más de dos mil y quinientos hombres, y entre ellos hallaron a Tascaluza el mozo, hijo del cacique. Dentro del pueblo murieron a hierro más de tres mil indios, que las calles no se podían andar de cuerpos muertos. El fuego consumió en las casas más de tres mil y quinientas ánimas, porque en sola una casa se quemaron mil personas, que el fuego tomó por la puerta y los ahogó y quemó dentro sin dejarlos salir fuera, que era compasión ver cuál los dejó, y los más de éstos era mujeres.
Cuatro leguas en circuito, en los montes, arroyos y quebradas, no hallaban los españoles, yendo a correr la tierra, sino indios muertos y heridos en número de dos mil personas, que no habían podido llegar a sus casas, que era lástima hallarlos aullando por los montes sin remedio alguno.
De Tascaluza, cuya fue toda esta mala hacienda, no se supo qué se hubiese hecho, porque unos indios decían que había escapado huyendo y otros que se había quemado, y esto fue lo que se tuvo por más cierto y lo que él mejor merecía. Porque, según después se averiguó, desde el primer día que tuvo noticia de los castellanos y supo que habían de ir a su tierra, había determinado de los matar en ella, y con este acuerdo había enviado al hijo a recibir al gobernador al pueblo Talise (como atrás queda dicho), para que él y los que con él fuesen, a título de servir al gobernador y a su ejército, sirviesen de espías y notasen cómo se habían los españoles de noche y de día en su milicia para, conforme al recato o descuido de ellos, ordenar la traición que pensaba hacerles para los matar. También se halló que, habiéndose quejado a Tascaluza los indios del pueblo Talise, de quien dijimos que eran mal obedientes a su curaca, de que su señor les hubiese mandado dar a los españoles cierto número de indios e indias que el gobernador había pedido y doliéndose con él de su cacique, que sin entender al bien de los suyos propios, los entregaba a los extraños y no conocidos para que se los llevasen por esclavos. Tascaluza les había dicho: "No tengáis pena de entregar los indios e indias que vuestro cacique os manda entregar, que muy presto os los volveré yo, no solamente los vuestros sino también los que traen los españoles presos y cautivos de otras partes. Y aun los mismos españoles os entregaré para que sean vuestros esclavos y os sirvan de cultivar y labrar vuestras tierras y heredades cavando y arando todos los días de su vida."
Asimismo las indias que de esa batalla de Mauvila quedaron en poder de los castellanos, confirmaron este dicho de Tascaluza y declararon al descubierto la traición que tenía armada a los cristianos, porque dijeron que las más de ellas no eran naturales de aquel pueblo ni de aquella provincia sino de otras diversas de la comarca, y que los indios que por llamamiento y persuasión de Tascaluza se habían juntado para aquella batalla las habían traído con grandes promesas que les habían hecho. A unas, de darles capas de grana, y a otras, ropas de seda, de raso y terciopelo que en sus bailes y fiestas sacasen vestidas. A otras habían certificado con grandes juramentos darles caballos, y que, en señal de su victoria y triunfo, las pasearían en ellos delante de los españoles. Otras salieron diciendo: "Pues a nosotras nos prometieron los mismos españoles por criados y esclavos nuestros." Y cada una declaró el número de cautivos que les habían ofrecido que habían de llevar a sus casas.
De esta manera confesaron otras muchas promesas que les habían hecho de lienzos y paños y otras cosas de España. También declararon que muchas que eran casadas habían venido por obedecer a sus maridos, que se lo habían mandado; otras, que eran solteras, dijeron que ellas vinieron por importunidad de sus parientes y hermanos, que les habían certificado las llevaban para que viesen unas fiestas solemnes y grandes regocijos que después de la muerte y destrucción de los castellanos habían de solemnizar y celebrar en hacimiento de gracias a su gran dios el Sol por la victoria que les había de dar.
Otras muchas confesaron que habían venido a requesta y petición de sus galanes y enamorados, los cuales, pretendiendo casar con ellas, las habían rogado y persuadido fuesen a ver las valentías y hazañas que en servicio y en presencia de ellas presumían hacer contra los españoles. Por los cuales dichos quedó bien averiguado cuán de atrás tenía imaginado este curaca la traición que a los nuestros hizo, de la cual él y sus vasallos y aliados quedaron bien castigados, aunque con tanto daño de los castellanos como se ha visto.
La cual pérdida no solamente fue en la falta de los caballos que les mataron y en los compañeros que perdieron sino en otras cosas que ellos estimaban en más respeto de aquello para que las tenían dedicadas, que fue una poca de harina de trigo, en cantidad de tres hanegas, y cuatro arrobas de vino, que ya no tenían más cuando llegaron a Mauvila. La cual harina y vino de muchos días atrás lo traían muy guardado y reservado para las misas que les decían, y, porque anduviese a mejor recaudo y más en cobro, lo traía el mismo gobernador con su recámara. Todo lo cual se quemó con los cálices, aras y ornamentos que para el culto divino llevaban, y, de allí adelante, quedaron imposibilitados de poder oír misa, por no tener materia de pan y vino para la consagración de la eucaristía. Aunque entre los sacerdotes, religiosos y seculares hubo cuestiones en teología si podrían consagrar o no el pan de maíz, fue de común consentimiento acordado que lo más cierto y seguro era guardar y cumplir en todo y por todo lo que la Santa Iglesia Romana, madre y señora nuestra, en sus santos concilios y sacros cánones nos manda y enseña que el pan sea de trigo y el vino de vid, y así lo hicieron estos católicos españoles, que no procuraron hacer remedios en duda por no verse en ella en la obediencia de su madre la Iglesia Romana Católica. Y también lo dejaron porque, ya que tuvieran recaudo para la consagración de la eucaristía, les faltaban cálices y aras para celebrar.